Artículo publicado en Diario16+ el 24 de enero de 2025
Cuando iba al instituto me contaron un chiste que me hizo mucha gracia. Era una conversación entre Caperucita y el lobo, y empezaba este diciendo: “Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas con la cestita?” “Voy a lavarme el coño al arroyo” “¡Joder, cómo ha cambiado el cuento!” Pues algo así ocurre con el cómic que os traigo hoy, Capucha Blanca de Óscar Martín y Tha, que es una versión actualizada, libre y perversa del cuento de Caperucita. Pero antes de entrar en la obra voy a presentar brevemente a los autores, un atípico tándem formado por dos pesos pesados del cómic catalán.
Óscar Martín, que aquí ejerce de guionista, es un magnífico dibujante que lleva décadas batiéndose el cobre en el mercado internacional. Su especialidad son los animales de rollo antropomorfo (animales personificados o personas animalizadas, según se mire), y en esta línea ha trabajado como ilustrador para Disney y la Warner dando vida a personajes de franquicias clásicas y modernas, de Tom y Jerry a Angry Birds pasando por el mismísimo Mickey Mouse. A lo largo de su dilatada carrera, ha compaginado este trabajo con proyectos personales en los que podía dar rienda suelta a su creatividad. El de más proyección es la saga Solo, protagonizada por una rata mutante que se abre camino a tiro limpio en un mundo postapocalíptico donde prima la ley del más fuerte: un cómic sombrío y sangriento que seguramente no habrían aprobado sus empleadores de Disney. Con el tiempo, Óscar Martín fundó una editorial, Ominiky, para publicar sus propios trabajos y obras afines (tiene hasta una línea de manga). En el sello Ominiky sale a la luz en 2024 Capucha Blanca.
¿Y Tha? Pues, por si hay alguien que no lo sabe, Josep August Tharrats, “Tha”, es uno de los mejores dibujantes de la historia del cómic español. Punto. Por su estilo inconfundible y por su maestría tanto con la tinta como con la acuarela, es profundamente admirado por compañeros de oficio y aficionados. Aún guardo en la memoria el placer que me causaba encontrar, hojeando en las páginas del CIMOC recién comprado en el quiosco, una de sus fabulosas Historias frías, guionizadas por Jorge Zentner. Sin embargo, Tha dejó el cómic hace veinte años. Abandonó el medio cuando murieron las revistas, que eran su ecosistema y su medio de vida. No quiso adaptarse a la precariedad del nuevo panorama, y se dedicó a hacer bolos como ilustrador y como pianista de jazz. Por eso es un notición que, veinte años después, haya vuelto a dibujar cómic. Y su trazo no ha perdido ni un ápice de la frescura y personalidad que le recordábamos.
Capucha Blanca es el resultado de la unión de fuerzas de estos dos autores. Como os adelantaba hace un par de párrafos, se trata de una relectura del cuento de Caperucita Roja, transmutada aquí en el personaje de Capucha Blanca. Esta se encuentra en el bosque a un lobo enfermo y debilitado que actúa como reflejo de las pasiones salvajes que la propia protagonista reprime en su interior. Al conocerse, chica y animal quedan vinculados el uno al otro en una simbiosis destructiva. Mostrándose más compasiva que la Madre Teresa de Calcuta y más amiga de los animales que Félix Rodríguez de la Fuente, Capucha decide encargarse de dar de comer al lobo; primero son paquetes de carnicería, pero luego pasa a mayores. Su capucha blanca, teñida de sangre, se vuelve roja: en un giro truculento del cuento original, la dulce niña se convierte en una asesina en serie que mata para alimentar al lobo. ¿A qué lobo sacrifica sus víctimas? ¿Al que la espera en el bosque o a su lobo interior, que ese sí que da miedo? Como os imaginaréis, esto no puede acabar bien. Además, Óscar Martín escapa del humor negro al que bien podría prestarse la historia, y opta por darle un enfoque serio y perturbador en el que reflexiona sobre la naturaleza humana y nos encara con nuestros instintos depredadores.
El ritmo visual de la historia sigue las cuatro estaciones del bosque, bellamente evocadas por las manchas de color de Tha. Los dos personajes principales están muy conseguidos, tanto en su perfil psicológico como en su diseño: la chica de hoodie blanca y ojos de loca frente a su alter ego el lobo, de rostro turbadoramente humano. Tha sabe huir de la representación realista y de las convenciones del género furro para construir un lobo singular y memorable, de poderosa presencia, en cuya mirada se juntan el desencanto y el instinto homicida.
Sin embargo, hay algo que me chirría en esta obra tan rica en virtudes: la pertinaz presencia de la voz en off de un narrador que acompaña la acción de manera constante. La mayor parte de las veces este texto es innecesario, y el estilo en que está escrito resulta por lo general demasiado artificioso. Óscar Martín se esfuerza en hacer alta literatura en sus cuadros de texto, cuando lo que pide este formato es una narración más ligera que acompañe discretamente el fluir de las imágenes. En realidad, este rollo retórico es parte de su estilo: en Solo ocurría lo mismo (y me resultaba igualmente irritante). Pero es que además se ha puesto poco cuidado en la corrección del texto, donde encontramos desde garrafales faltas de ortografía hasta inconsistencias en los nombres: unas veces se llama “Capucha” a la protagonista, otras “Caperuza”.
Todo esto me invita a una reflexión sobre la función del narrador en el cómic, un recurso consustancial a clásicos como el Príncipe Valiente de Harold Foster, donde no había ni siquiera bocadillos, y que se ha mantenido en gran parte del mainstream americano, convirtiéndose en todo un manierismo. Pensad en la compleja polifonía de narradores en primera persona que encontramos en los hitos de Frank Miller en el género de superhéroes, como Daredevil: Born Again o El regreso del caballero oscuro. Sin embargo, obras recientes como Step by Bloody Step de Si Spurrier y Matías Bergara o Prosopopus de Nicolas de Crécy consiguen fascinarnos contando historias complejas y ricas en matices sin usar una sola palabra. ¿Son necesarias las palabras en el cómic? Dejo abierta la pregunta; solo os digo que a mí, cuando me encuentro viñetas lastradas por un texto meramente explicativo, me viene a la mente aquel pintor Orbaneja del que hablaba Don Quijote, que “si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: ‘Este es gallo’, porque no pensasen que era zorra”. En el caso de Capucha Blanca el pintor no es malo, sino todo lo contrario, y por eso le sobran las palabras. Como decía una canción de Depeche Mode, “Words are very unnecessary: they can only do harm".
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