Artículo publicado en Diario16+ el 4 de junio de 2025
Pese a que la sombra de Tintín es
alargada, autores como Olivier Schrauwen o Brecht Evens están demostrando que
el cómic belga no se reduce al canon de la línea clara y a los álbumes en
cartoné de 48 páginas. Estamos hablando de artistas rompedores, que buscan
nuevos caminos renunciando deliberadamente a la tradición autóctona y haciendo
lo que les da la realísima gana. Embarcados en esta lucha creativa, se han
ganado la admiración de críticos de mente abierta y públicos cansados de lo de
siempre. Brecht Evens, abanderado de este nuevo cómic belga, aún no ha cumplido
los cuarenta y ya tiene en su haber un abultado currículum de novelas gráficas.
La editorial que se las saca en Bélgica es Utgeverij Oogachtend, un sello
independiente con sede en Lovaina; aquí Sins Entido trajo las primeras (Un
lugar equivocado en 2011 y Los entusiastas en 2012), pero luego
Astiberri le tomó el relevo, publicando en español Pantera (2018) y Jolgorio
(2022), que causó furor en Angulema. En concreto Pantera me parece una
obra maestra única en su género, un cómic perturbador e inclasificable que
aborda un magistral análisis psicológico del abuso infantil a través de las
conversaciones de una niña con sus peluches. Una versión oscura de Calvin y
Hobbes. Todavía se me pone mal cuerpo al recordarlo.
Astiberri se encarga también de la
edición española de El rey medusa, último trabajo de Brecht Evens y el
más ambicioso hasta la fecha. El voluminoso tomo que acaba de salir no es más
que el primero. No me queda claro cuántos más va a haber: dicen por ahí que la
serie completa constará de dos o tres volúmenes, dependiendo de la fuente;
posiblemente ni el mismo autor lo sepa. Pero lo que sí está claro es que,
habida cuenta del ingente trabajo que una obra como esta supone para un autor
en solitario, tendremos que esperar varios años antes de catar la segunda
parte.
Ya desde la cubierta El rey
medusa nos sumerge en el abigarrado universo visual de Evers: un lenguaje
propio que no toma sus referencias de los grandes maestros del cómic, sino de
las vanguardias históricas. Hay ecos de Chagall, Matisse y los Fauves,
de los paisajes metafísicos de Giorgio de Chirico, de los delirios botánicos de
Max Ernst, de las sintéticas figuras humanas de Malévich… y, sobre todo, de los
juguetones pictogramas de Paul Klee. El rey medusa recoge la
caleidoscópica influencia de la pintura contemporánea más acusadamente aún que
los anteriores cómics del autor. Aquí el medio es el mensaje: el impacto visual
de lo dibujado va generando la historia en sí, la narrativa es casi una
excrecencia de la imagen.
Además, El rey medusa se
enmarca en una tendencia muy actual en el mundo del cómic y la ilustración, en
la que los autores se posicionan frente a la invasión de las herramientas
digitales y la inteligencia artificial produciendo obras estrictamente
artesanales y presumiendo de ello. En la página de créditos, Evens dedica un
extenso párrafo a enumerar con orgullo los materiales y técnicas que ha usado:
marcas de rotuladores, tamaños de pincel, tipos de papel… Incluso la rotulación
es manual, magnífico trabajo de Juanjo el Rápido en la edición española.
Evers renuncia a los recursos
expresivos y narrativos habituales en la tradición del cómic. Una manera típica
de involucrar emocionalmente al lector con una historia en viñetas es a través
de personajes consistentes, bien definidos y, a ser posible, dotados de un
aspecto visual atractivo; no busquéis nada de esto en El rey medusa,
donde la mayoría de los personajes carecen de rostro (como en las novelas
gráficas de Borja González) y la cara del protagonista tiene la versatilidad
gestual de un click de Playmobil. Esto responde a una voluntad de
expresar estados emocionales a través de escenarios, colores, formas, patrones
y otros recursos visuales más o menos abstractos, pero no a través de los
personajes: este cómic tiene más de tapiz que de teatro. Obviamente se trata de
un enfoque high brow, exigente con el lector a todos los niveles.
Y digo a todos los niveles porque
tampoco es fácil seguir la historia, que se despliega en múltiples capas
interpretativas. Igual que Pantera, El rey medusa trata sobre la
relación estrecha y claustrofóbica entre un niño y su padre. En ambos casos,
este último aparece como una criatura seductora y polimorfa, de inagotables
recursos; pero si en Pantera se trataba en última instancia de un
abusador, aquí hablamos de un enfermo mental. Pero no un loco del montón, sino
un loco fascinante e inteligentísimo que, en su delirio paranoide, está volcado
en proteger a su hijo de la vulgaridad del mundo exterior y abrirle los ojos a
todo tipo de conocimientos (científicos, artísticos, esotéricos), siempre a
través del juego. La dimensión lúdica está presente constantemente en el libro,
empezando por la magistral imagen de cubierta en la que vemos cómo se desmorona
un castillo de naipes: el acertijo como forma de aprendizaje, el juego como
microcosmos.
El lector no percibe la locura del
padre de forma directa, sino filtrada por los ojos del niño, que está
completamente encandilado con él: un punto de vista que me recuerda al de El
cuerpo de Cristo de Bea Lema, obra que comparte con El rey medusa la
estética alejada de las convenciones del cómic y el tono engañosamente infantil
de sus dibujos. En la historia narrada por Evens, la gris rutina del colegio y
la estandarización de los compañeros de clase del niño protagonista,
enganchados a las vacuas tecnologías de las que su padre le protege, contrastan
con el cosmos caleidoscópico al que tiene acceso tras los muros de su casa: un
mundo en el que el lector, sin embargo, no deja de encontrar elementos
alarmantes e inquietantes, que el niño acepta como parte de su realidad pero
que están pidiendo a gritos una intervención urgente de los servicios sociales.
Como también ocurría en Pantera,
la trama se complica cuando empiezan a entrar en escena los amigos del padre,
una variopinta cuadrilla de conspiranoicos que se preparan para la lucha contra
los Dirigentes, una elite que, según ellos, controla a la humanidad desde las
sombras ¿Están todos locos? ¿Hay algo de razón en sus locuras? ¿O es todo una
metáfora cuyo sentido se me escapa? Con Brecht Evens nunca se sabe, y menos aún
en esta novela gráfica que se corta abruptamente, sin transición ni final, a la
espera de que continúe en su segundo volumen. Pero la verdad es que no confío
demasiado en que el autor resuelva en el futuro las incógnitas que esta primera
parte deja en el aire; apuesto a que lo que hace es añadir más interrogantes
según avanza la obra, como hacía David Lynch, supremo maestro en desconcertar
al espectador.
Mira que soy receloso ante estos
trabajos de “nuevo cómic” que tanto se prodigan últimamente y que se mean en la
cara de las formas tradicionales que tanto amo; mira que yo soy devoto de Hergé
y de Milton Caniff; y mira que, aunque Evens vaya de posmoderno, sus
referencias visuales son las vanguardias históricas, que hace ya cien años que
pasaron: es decir, que en rigor los presupuestos estéticos de Jack Kirby o de
Francisco Ibáñez son más modernos. Vamos, que puedo tener todos los prejuicios
que queráis, pero ante obras como El rey medusa hay que ser muy ciego
para no rendirse ante la evidencia de la genialidad. Deseando ser cómo sigue,
aunque haya que esperar unos pocos años.
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