Artículo publicado en Diario16+ el 10 de mayo de 2025
Este año Ediciones La Cúpula ha
apostado fuerte por Jaime Hernandez (así, sin tilde, que es californiano). Han
relanzado su imprescindible serie Locas con el primer volumen de una
vistosa edición integral, tan esperada como necesaria ya que llevaba unos
cuantos años descatalogada en nuestro país; y al mismo tiempo han publicado Dibujo
del natural, la última recopilación de historias de la misma saga, que cuarenta
y pico años después sigue serializándose en la revista Love and Rockets
del sello estadounidense Fantagraphics. Para promocionar este doble
lanzamiento, los de La Cúpula han tirado la casa por la ventana y se han traído
a Jaime desde los USA. Primero estuvo en el Salón del Cómic de Barcelona, y
unos días más tarde hizo su aparición en la madrileña librería “Los tres
hermanos de Moriarty”, un santuario del cómic en pleno corazón de Malasaña.
Allí, además de la consabida firma de ejemplares, el acto incluyó una
conversación (o “conversatorio”, que está más de moda) con nuestro guionista de
cómic más universal, Juan Díaz Canales. Los asistentes quedamos prendados de la
sencillez y humildad que desprendía por todos los poros de la piel el benjamín
de los Hernandez: un autor galardonado con un Eisner y una docena de Harveys a
quien se puede considerar con toda justicia como uno de los grandes nombres de
la historia del noveno arte.
Al igual que su hermano Beto con la
serie Palomar, Jaime Hernandez lleva cuarenta y cuatro años dibujando
los mismos personajes. Acompañando la vida de su autor, estos han ido creciendo
y envejeciendo (que no madurando) a lo largo de montones de números de Love
and Rockets; para sus lectores asiduos, Maggie Chascarrillo, Hopey Glass,
Penny Century, Daffy Matsumoto o Ray Dominguez han dejado de ser meros
personajes de ficción para convertirse en criaturas con voluntades y
personalidades propias, que pese a ser previsibles en sus excentricidades (no
en vano la serie se llama Locas) no dejan de sorprendernos a la vuelta
de cada hoja. El mes pasado en Madrid, cuando Díaz Canales preguntaba a
Hernandez si no le había apetecido alguna vez en su vida de autor cambiar
radicalmente de escenario, escribir una serie histórica o de ciencia ficción, el
californiano respondía humildemente que no podría hacerlo, ya que no sabe hacer
otra cosa que lo que hace. Lleva toda la vida trasladando al papel la colorida
gente de su entorno, construyendo una rica epopeya con la comunidad chicana de
California como protagonista, con todos sus mitos culturales: la lucha libre,
los tebeos de superhéroes, los coches low rider, las bodas exprés, las
broncas familiares… Y retrata tan extraordinariamente ese entorno que lo
convierte en un rico patchwork de gentes y vivencias que los aficionados
al cómic hemos aprendido a amar, como si fuera nuestro propio barrio (en
español en el original).
Si bien en los primeros números de Love
and Rockets, producto de la era del punk y del todo vale, Hernandez
sazonaba esa realidad callejera con algún que otro elemento fantástico (un
dinosaurio por aquí, un cohete espacial por allá, un supervillano por acullá),
se trataba siempre de motivos puramente anecdóticos: lo importante eran las
conversaciones de alcoba, de garito, de restaurante de comida rápida o de banco
en el parque. Según avanzó la serie, lo fantástico fue remitiendo y los
personajes de Locas se instalaron en la inagotable riqueza de lo
cotidiano: un vibrante slice of life que rinde cuentas de cómo se
enrollan, se pelean, se encuentran, se desencuentran, se casan, se divorcian,
se divierten y se encelan unos con otros en todas las combinaciones posibles.
Los personajes que llenan las páginas de Dibujo del natural, última
entrega (de momento) de la saga, son como los de hace cuarenta años, solo que
ahora llevan móviles; el espíritu no cambia. Las nuevas generaciones de Locas
siguen cayendo en los mismos errores que sus predecesoras, y esto las hace
humanas, entrañables, gloriosamente imperfectas.
Dibujo del natural se centra en un personaje reciente de la serie, la joven Tonta.
Bueno, en realidad se llama Anoush, pero ella prefiere que la llamen Tonta. Tan
histriónica, excesiva y adorable como tantos otros personajes que la
precedieron en la saga, Tonta acaba de terminar el instituto y mariposea por la
vida intentando (sin mucho empeño) encontrar su camino. Conforman su pequeño
mundo un excéntrico grupo de amigas, una familia desestructurada a más no
poder… y su profesor de dibujo, del que, como buena adolescente disfuncional,
está perdidamente enamorada. Este resulta no ser otro que Ray Dominguez, un
viejo conocido de los lectores, que a la sazón vive con Maggie. Margarita Luisa
Chascarrillo, Maggie para los amigos (aunque Hopey a veces la llama Maggot),
puede considerarse la protagonista de esta ficción coral que es Locas,
pero en Dibujo del natural representa un papel secundario. Aunque no
esté casada, le gusta que la llamen “señora Dominguez”; aparece madura,
vulnerable, cargada de las inseguridades que acarrea consigo la edad, muy lejos
de aquella Maggie joven y despreocupada que recorría el mundo como mecánica
espacial en los primeros números de Love and Rockets. También aparece
Hopey, su compañera de pedo y amante intermitente, convertida ya en una butch
entrada en años. Todo desprende una sensación de decadencia, pero no transmite
melancolía sino ternura y buen humor. Lo expresa a la perfección Tonta en una
memorable viñeta: “¿Por qué parece como si la vida estuviera acabando en lugar
de empezando?”
A lo largo de los años, el dibujo de
Jaime Hernandez ha ido ganando en simplicidad y economía de trazo. Si en los
primeros años se acusaba la huella de Alex Toth o Jack Kirby, ahora se acerca
más al Archie de Dan DeCarlo. Hernandez dibuja siempre en un blanco y
negro diáfano, carente de sombreados innecesarios y medios tonos; su línea es
asombrosamente limpia y precisa, quintaesencia del estilo de las comic
strips clásicas. ¿Cómo es posible llegar a este grado de maestría? La
respuesta es simple: tras toda una vida dibujando una y otra vez los mismos
personajes, haciendo del cómic un medio natural de expresión, renunciando a
toda sofisticación o artificio sobrante.
En Dibujo del natural
conocemos el club de cómic de los amigos de Tonta: un puñado de chavales
friquis que se juntan por las tardes después del instituto a dibujar tebeos. Se
trata de una escena que tiene bastante de autobiográfico, según lo que contó
Hernandez sobre su infancia en la susodicha conversación con Díaz Canales.
Decía que eran cinco hermanos, y para que no dieran la murga en casa su madre
les abastecía de lápiz y papeles. Los cinco se pasaban las tardes dibujando,
picándose unos con otros, contando historias en viñetas como el más divertido
de los juegos. Desde entonces no ha dejado de jugar. Es un gesto completamente
natural. Puro genio.
Comentarios
Publicar un comentario