Artículo publicado en Diario16+ el 9 de febrero de 2025
Algo que no cuentan sobre París las guías turísticas es que, escondidos en los rincones de la ciudad, duermen centenares de dragones petrificados. Se mantienen en estado letárgico gracias a un ritual que los iniciados llevan a cabo anualmente desde hace siglos. Pero este año el ritual no ha podido cumplirse y los dragones se disponen a despertar, desencadenando un caos sin precedentes: el fin de la era de los hombres, el comienzo de la de los monstruos. En esta coyuntura se conocen y se enamoran las dos heroínas de nuestra historia: una princesa hawaiana en el exilio que llega a París como forzuda de una troupe de circo y una sirena que trabaja en un burdel especializado en bellezas exóticas. Juntas lucharán hasta el final, no tanto para impedir el apocalipsis como para reivindicar su derecho a amarse, aunque reviente el mundo. ¿A quién se le ha podido ocurrir semejante argumento? A Joann Sfar, naturalmente.
Sfar es un autor abrumadoramente prolífico, en su doble faceta de dibujante y guionista o en la combinación de ambas. Sus inicios se remontan a principios de los noventa como miembro activo y fundador de L’Association, la editorial independiente que fue cantera de toda una generación del cómic francés: Lewis Trondheim, David B o Marjane Satrapi. Con el propio Trondheim se embarcó en la popularísima serie La mazmorra para Delcourt, en la que parodiaba las sagas roleras de fantasía épica, a la par que las homenajeaba y, a ratos, las trascendía. Ha recibido los laureles de la crítica por la parte de su obra en la que reivindica y explora sus raíces judías: los nueve álbumes en solitario de El gato del rabino, o Las olivas negras con los lápices de Emmanuel Guibert. Pero quizás lo que más fama le ha granjeado son sus historias de monstruos, auténticos recitales de ingenio y fantasía: Vampir, Aspirina o el cómic que hoy nos ocupa, El París de los dragones: este no lo dibuja él, sino Tony Sandoval.
Tony Sandoval es un autor mexicano afincado en París, lo que ya dice mucho sobre sus capacidades: no os dejéis engañar por las postales de la torre Eiffel y de los cafés de Saint-Germain-des-Prés, porque la ciudad de la luz es un entorno extremadamente hostil y competitivo para cualquier profesión, así que imaginaos para los ilustradores, que en cualquier parte lo tienen bien jodido. Para mantenerse a flote en la escena parisina se precisa un talento del calibre del de Sandoval, cuyo estilo delicado y poético, siempre con un toque siniestro, podemos apreciar en cómics como El cadáver y el sofá, Epidemia de melancolía o La serpiente de agua. En estas obras se hace evidente su deuda con el imaginario sobrenatural de Joann Sfar, de modo que debió de ser un subidón cuando este le contactó por Instagram a puerta fría para proponerle que ilustrara un guión suyo.
Aun
con lo prolífico que es, Sfar no da abasto para dibujar todo lo que se le
ocurre. ¿Os acordáis de Ágatha Ruiz de la Prada en La hora chanante, que
decía eso de “no puedo parar de crear”? Pues algo así. Influido por los dibujos
de Quentin Blake (el genial ilustrador de Roald Dahl) y partiendo del principio
de que lo más importante en un cómic es la idea, ya desde sus comienzos en
L’Association su estilo es reconocible por un trazo exageradamente suelto, que
le permite dibujar con la mayor rapidez posible. Así, el dibujo no estorba el
libre flujo de la imaginación del artista, que en Sfar se palpa como una avalancha
de ideas. En ese sentido, en las obras en las que él mismo es guionista y
dibujante se respira una magistral correspondencia entre fondo y forma, donde
esta transmite el dinamismo y la urgencia del acto creativo. Hace de la prisa
un valor estético. En una entrevista para La mouette hurlante, Tony
Sandoval describe el storyboard que Sfar le pasó para El París de los
dragones como un galimatías semejante a esas recetas que escriben los
médicos con una caligrafía ininteligible. Sandoval se encargó de refinarlo y
aportar su estilo personal, más reposado (como el buen tequila… perdón, no me
he podido resistir a hacer un chiste mexicano), de modo que el resultado
final es una historia típica de Sfar, apabullante y trepidante, pero dibujada
con calma. ¿Funciona? Desde luego, pero hay algo que se pierde en el proceso.
La taquigrafía como forma de expresión se ve sustituida por un acabado más
fino. Y pese a lo que mola el grafismo de Sandoval, el conjunto pierde
inmediatez y fuerza.
Desde
el punto de vista del guión, El París de los dragones no alcanza las
cotas de otras obras del mismo autor. El argumento y los diálogos, siempre
chispeantes, se mantienen en un frágil equilibrio entre la genialidad y la
tomadura de pelo, decantándose hacia esta última en las últimas páginas con
un desenlace propio de una farsa. Además, hay algo que echo de menos: parte del
genio de Joann Sfar reside en construir historias que parecen formar parte de
un universo mucho más grande: en un trampantojo narrativo, los álbumes de La
mazmorra se presentaban al lector como retazos de una saga inabarcable que
simulaba extenderse a lo largo de cientos de volúmenes, precuelas y secuelas
que en realidad no existían. Al dejar cabos sueltos, se crea la ilusión de que
hay más de lo que realmente hay: cada historia se experimenta como una gota
dentro de un “mar de las historias” (parafraseando a Salman Rushdie). Asimismo,
Un buen baño de sangre, la segunda parte de Aspirina, concluye en
un inolvidable cliffhanger que deja al lector con ganas de más; la
historia continúa incluso después de terminar el cómic. En cambio, El París
de los dragones es una obra cerrada, más redonda pero por ello menos
sugerente. En definitiva, se puede considerar que dentro de la producción de un
gigante de la bande dessinée como es Sfar, esta es una obra menor; pero
no la paséis por alto porque, aun así, estamos hablando de un nivel
estratosférico.
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