EL CONAN DE GUSTAVE DORÉ: Los ejércitos del conquistador, de Jean-Claude Gal, Jean-Pierre Dionnet, Bill Mantlo y Picaret
Artículo publicado en Diario16+ el 7 de febrero de 2025
Es bien sabido que la revista Métal
Hurlant abanderó en su momento una revolución formal del cómic, apadrinando
series como Arzach de Moebius, Lone Sloane de Druillet o Los
náufragos del tiempo de Forest y Gillon. Lo que no se recuerda tan a menudo
es que también publicó en sus páginas lo que puede considerarse el canto del
cisne de una manera de hacer cómic hoy ya extinta: ese arte olvidado, digno de
museo, que encontramos en las historias dibujadas por Jean-Claude Gal y
guionizadas en su mayor parte por Jean-Pierre Dionnet, fundador y redactor jefe
de la revista. El universo visual de Jean-Claude Gal es el último exponente de
un cómic beaux arts que hunde lo más profundo de sus raíces en aquellas
academias de dibujo decimonónicas donde los aspirantes a pintor copiaban a
Miguel Ángel y a Rubens a la luz de los candiles. Hablamos de un estilo que va
más allá de la herencia del Tarzán de Burne Hogarth (Gal coleccionaba
obra original de Hogarth) o de las planchas más barrocas del Príncipe
Valiente de Harold Foster: la obra de Gal es el eslabón perdido entre la bande
dessinée y los grabados de Gustave Doré.
Al
contrario de los demás autores de Métal Hurlant, que vivían a salto de
mata vendiendo viñetas a las revistas, Jean-Claude Gal (1942-1994) era un
funcionario acomodado, profesor de dibujo en una escuela de arte parisina. Ya
que su sustento no dependía de entregar las páginas a tiempo, vivía el cómic
como una afición a la que poder dedicarse con la paciencia y la minuciosidad de
un coleccionista de sellos. Por eso podía invertir un número ilimitado de horas
en rematar cada una de sus planchas, haciendo gala de una minuciosidad y un
perfeccionismo que, paradójicamente, no se habría podido permitir si hubiera
sido dibujante a tiempo completo. Vivimos en un mundo profesional marcado por
la velocidad, constantemente acechados por plazos y exigencias de
productividad: un mundo en el que es impensable hacer cómic como lo hizo Gal, y
por eso su obra nos deja con la boca abierta, como si estuviéramos contemplando
algo venido de otro plano de la realidad donde el tiempo pasa más lentamente.
Hace un par de años la editorial salmantina Cartem publicó en español las
historias de Gal y Dionnet reunidas bajo el título Los ejércitos del
conquistador, pero el lanzamiento despertó cierta controversia entre los
aficionados al tratarse de una edición coloreada. A ver, eran unos colores a lo
Corben que le sentaban muy bien a la obra, pero que enmascaraban la
espectacular tinta de Gal. Ahora Cartem enmienda su error sacando una edición
especial en blanco y negro, de gran formato, que permite admirar el virtuosismo
gráfico de la obra tal como fue concebida por su autor. Por si fuera poco, se
añade una historia que faltaba en la anterior edición (“La catedral”), un
prólogo del propio Jean-Pierre Dionnet y un estudio a cargo del especialista
Claude Ecken.
Las
historias reunidas en Los ejércitos del conquistador tienen en común su
ambientación de fantasía medieval, con un tono a veces más cercano a lo
histórico y otras a los mundos de tipo Michael Moorcock, Robert E. Howard o
Fritz Leiber. Se trata, en todo caso, de mundos que se construyen tomando su
dimensión plástica como punto de partida. Los escenarios de Jean-Claude Gal
tienen tanto poder por sí mismos que, a la hora de elaborar los guiones,
Dionnet invierte la fórmula de “la forma sigue a la función” y desarrolla la
historia sobre la marcha, según le sugieren las imágenes. Él mismo habla en el
prólogo sobre su proceso creativo: “El guión empezó a derivar del dibujo. […]
El realismo de ciertas escenas, la fuerza de determinados personajes o
decorados, me impulsaban a cambiar lo que venía después.” Tan atípica simbiosis
entre dibujante y guionista dio como fruto auténticas obras maestras, como el
díptico formado por “La venganza de Arn” y “El triunfo de Arn”. Es en estas
donde las capacidades de worldbuilding de Gal llegan a sus mayores cotas:
el dibujante sueña con su plumilla una civilización fabulosa con una atención
por los detalles digna de un cuento de Borges. Cito de nuevo a Dionnet: “Jean-Claude
trabajaba tan lentamente que me dio la impresión de que una vida entera no
bastaría para contar todo de este mundo imaginario (que para mí no lo era)”. No
solo las caprichosas formaciones geológicas o las arquitecturas fabulosas, que
hibridan elementos de los templos khmer de Camboya, las ruinas de Babilonia,
los poblados de los navajos o los decorados de Cabiria de Giovanni
Pastrone; también los ropajes de los guerreros y los jaeces de los caballos, y
cada uno de sus complementos: todo está diseñado y recreado con una
minuciosidad rayana en lo obsesivo. A pesar del más que generoso formato en que
nos lo sirve Cartem, Los ejércitos del conquistador es un álbum para
disfrutar con lupa.
Tanto
las historias cortas reunidas en este volumen bajo el epígrafe “Los ejércitos
del conquistador” como las dos partes del ciclo de Arn están ambientadas en un
mundo de fantasía atemporal, pero son deudoras de un referente histórico muy
concreto: las campañas de Alejandro en Asia. Las primeras hablan de soldados
que han recorrido medio mundo en una guerra de conquista que parece no tener
final. Están lejos de su hogar, rodeados de pueblos extraños y horizontes
infinitos. El propósito de la conquista se ha olvidado y el conquistador nunca
aparece. El paisaje es tan grandioso e indiferente a las ambiciones de los
hombres y el territorio tan abrumadoramente extenso que resultan ridículas las
pretensiones de conquistarlo. Me viene a la mente lo que le dijeron sus
soldados a Alejandro a las orillas del Hífasis, tal como lo recogió el
historiador Quinto Curcio: “¡Oh rey!, tú has vencido, con la grandeza de tus
hazañas, no solo a tus enemigos sino también a tus soldados. Hemos llevado a
término todo aquello de lo que la naturaleza humana es capaz: hemos recorrido
mares y tierras que hemos llegado a conocer mejor que sus mismos habitantes.
Nos hemos detenido casi en el último confín del orbe y tú te dispones a marchar
a otro mundo. […] Deseas hacer salir de sus escondrijos y cubiles a gentes que
viven entre fieras y serpientes, a fin de hacer resplandecer con tu victoria
más tierras que las que el sol divisa”.
En
cuanto a las dos obras en torno al personaje de Arn, “el de la mano perdida”,
también versan sobre una conquista: el protagonista, hijo de reyes reducido a
la esclavitud, consigue ganarse la lealtad de tribus y naciones para formar un
ejército con el que desafiar al todopoderoso imperio. Las escenas de la batalla
final no disimulan su vínculo iconográfico con el mosaico de Alejandro conservado
en el Museo de Nápoles: Ímeros, emperador de Atalis, remeda a Darío sobre su
carro de guerra, volviendo grupas aterrorizado ante la irrupción del macedonio
en el campo de batalla.
El
ciclo de Arn es el plato fuerte de esta recopilación, testimonio de una forma
de hacer cómic que ya pertenece a otro tiempo. Cada página de este volumen
impecablemente editado es una escuela de asombro, un tesoro a descubrir por
quienquiera que tenga interés por el arte de la ilustración y por la
construcción de mundos imaginarios.
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