Artículo publicado en Diario16+ el 20 de junio de 2025
¡Qué lejos queda el Príncipe
Valiente! Como ocurre con tantas otras narrativas, el mito artúrico tiende hoy
a reescribirse desde una perspectiva de género. Quizás el ejemplo más radical
de este revisionismo sea la franquicia japonesa Fate/Stay Night, donde
Arturo pasa a ser Arturia, y bajo esta forma femenina atraviesa el tiempo, el
espacio y las dimensiones batallando en las Guerras del Grial. Pero sin ir tan
lejos, la tendencia general es que el foco de la historia se desplace de
Arturo, Merlín, Gawain, Perceval, Lanzarote y los demás caballeros de la Mesa
Redonda a las mujeres que antaño ocupaban las periferias de la leyenda.
Recientemente Norma Editorial ha traído a España dos cómics con este
planteamiento: Nimue de Aldara Prado, en torno a la figura de la Dama
del Lago, y Furiosa de Geoffroy Monde y Mathieu Burniat, que es el que
me toca reseñar hoy. Aunque los dos fueron originalmente publicados en el
mercado francobelga (Nimue por Casterman, Furiosa por Dargaud) y
comparten temática (una revisión más o menos feminista de la Materia de
Bretaña), no pueden ser más distintos entre sí. Si Nimue es céltico,
lírico y delicado, Furiosa es un acercamiento irreverente a los tópicos
de la leyenda: ¡en Camelot no va a quedar títere con cabeza!
El escenario en el que Monde (guionista)
y Burniat (dibujante) sitúan su propuesta es un tiempo mítico indeterminado en
el que se entremezclan el imaginario medieval, la época de los mosqueteros y la
fantasía pura y dura. No quiero destripar mucho la historia, pues uno de los
puntos fuertes de este cómic son sus inesperados giros de guion, así que me
limitaré a esbozar el planteamiento inicial. La protagonista de la historia es
Ysabel, la hija pequeña del rey Arturo. Ysabel vive sin voz ni voto en un mundo
dominado por machirulos de lo más tóxico. Los estereotipos del patriarcado
aparecen retratados con el trazo grueso de la farsa: Arturo es un borracho
enloquecido por el poder y Merlín es una figura ausente que hace sus manejos
desde la sombra; los nobles se pasan el día en el burdel y los campesinos solo
piensan en alegrar momentáneamente sus tristes vidas violando a alguna dama
indefensa. Cuando Arturo compromete a su hija en un matrimonio de conveniencia
con el Barón de Cumbre, un viejales rijoso y ridículo, la paciencia de la
princesa se agota. Cambia sus vestidos por ropas de plebeya y, en un arrebato
emancipatorio, huye del palacio. Pero no huye sola: lleva consigo la espada
parlante de su padre (que aquí no se llama Excalibur, sino que es un florete
anónimo), que la acompañará en sus aventuras con una constante verborrea y con
la promesa de ofrecerle un poder sin límites.
El elemento central de la historia
es la espada. De hecho, el título que inicialmente pensó Geoffroy Monde para el
cómic es L’épée, “La espada”, y luego La princesse et l’épée, “La
princesa y la espada”. Y es que, efectivamente, el núcleo argumental de Furiosa
está en la relación entre la princesa y la espada, que se puede interpretar
también como un diálogo interior. Esta espada, además de parlanchina, es un
arma de doble filo mucho más allá del sentido literal: como metáfora del poder,
la espada empodera a la protagonista en su lucha contra el patriarcado, pero
ese mismo poder puede corromperla de la misma manera que antes hizo con su
padre.
Mathieu Burniat resuelve
gráficamente la historia con solvencia, valiéndose de un estilo en el que
contrastan los fondos realistas, calados de ricos claroscuros, con los
personajes caricaturescos, que tienen un aire a la estética de Hora de
aventuras. Ysabel, la protagonista, es poco más que un emoji: todo boca y
ojos, para resaltar sus gestos, y roja como un tomate. ¿Por qué roja?
Evidentemente, para representar su emoción prevalente; no hace falta haber
leído El monstruo de colores para deducir cuál es: Ysabel está muy
cabreada, está Furiosa, y su furia es el motor de la historia. Al huir
de la corte, renuncia a los atributos de su feminidad, con lo cual se nos
aparece como un teleñeco andrógino, cargada de expresividad… y de odio hacia
las estructuras del patriarcado.
Una de las cosas que más he
disfrutado del álbum es su galería de falsas portadas alternativas, en un guiño
a las ediciones recopilatorias de comic book americano. En ella, un
puñado de autores estrella de la escena francobelga hacen sus propias
reinterpretaciones de los personajes de Furiosa. Algunos de ellos son
autores esenciales, cuya obra no está llegando a España: la deliciosa Élodie
Shanta, Julien Neel (el autor de Lou), o Amélie Fléchais de Bergères
guerrières, posiblemente una de las mejores series infanto-juveniles de la
última década, que incomprensiblemente permanece inédita en nuestro país.
El guion rezuma ese sentido del
humor típico de las reinterpretaciones irreverentes de los cuentos clásicos que
últimamente están tan de moda: pensad en las películas de Shrek o, sobre
todo, en (Des)encanto de Matt Groening. También hay mucha influencia en Furiosa
del homenaje subversivo al género de espada y brujería que hicieron Joann Sfar
y Lewis Trondheim en La mazmorra. Y también, en el humor absurdo con el
que retrata las miserables condiciones de vida de la plebe y los caprichos
crueles de los pudientes, se nota la huella de Monty Python: por supuesto, los
Monty Python de Los caballeros de la mesa cuadrada, que también era una
revisión disparatada del mito artúrico.
Pero, con todas sus virtudes, hay
algo en Furiosa que no me termina de convencer. Pese a tratarse de una
historia narrada desde el humor, no es entretenimiento puro: es una farsa con trasfondo
político y social, que en el fondo nos está hablando de ese punto de inflexión
en que la mujer oprimida toma las riendas del poder y da la vuelta a la
tortilla. Sí, Furiosa reivindica el empoderamiento de la mujer, pero al
mismo tiempo advierte de los peligros que implica un empoderamiento excesivo.
Al fin y al cabo, es una fábula feminista escrita por dos tíos.
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