Artículo publicado en Diario16+ el 21 de diciembre de 2024
La editorial Dolmen, notoria por sus cuidadas reediciones de cómic americano clásico, de bande dessinée de los ochentanoventa y del catálogo de 2000 AD, tiene también una línea de novela gráfica en la que apuesta por voces emergentes, y algunas ya consagradas, del panorama nacional. Estos últimos meses ha estado promocionando con entusiasmo la reciente publicación de Una obra maestra, un cómic firmado por Lorenzo Caudevilla y basado en historias del mediático humorista Juan Carlos Ortega. Una obra maestra gira en torno al personaje de Jacinto, un escritor sin talento que nos recuerda tanto al Baldomero de Pallarés (madurito, feo y sin dinero) como a una suerte de Woody Allen cañí que de tan insufrible y ególatra nos acaba por resultar entrañable. Jacinto (de apellido Lerante, ¿lo pilláis?) es el autor de una novela mediocre, Galdós en Vietnam, que trata de reivindicar como la obra maestra que cree que es: un punto de partida perfecto para crear todo tipo de situaciones cómicas riéndonos de la desgracia de Jacinto y de sus vanos intentos por alcanzar el éxito.
Caudevilla es un autor joven cuya trayectoria profesional ha estado más centrada en la ilustración, el diseño gráfico y el desarrollo de videojuegos que en la escena de los cómics propiamente dichos. Que yo sepa, solo ha publicado uno, La vida interior (2020), en su propio sello LZ Estudio Gráfico. Escribir hoy día una novela gráfica como autor casi novel es todo un reto, y contar con el apoyo de una editorial del prestigio de Dolmen suma a este reto una gran responsabilidad, de modo que en Una obra maestra se nota que Caudevilla ha puesto toda la carne en el asador para demostrar al mundo lo que es capaz de hacer. Es todo un recital, casi un portafolio. El cómic, lujosamente editado en gran formato, deslumbra de inmediato al lector con su despliegue de distintos estilos visuales y su narración estructurada en varios planos. El peligro de amalgamar tantos y tan variados recursos es que el resultado acabe siendo irregular, y eso es lo que ocurre en Una obra maestra. Veamos ahora cuáles son sus mejores hallazgos y dónde están sus puntos flacos.
Si hay algo que brilla en esta novela gráfica es el personaje de Jacinto. Todos los que alguna vez hemos presentado un manuscrito a una editorial no podemos sino sentirnos identificados con ese pobre bufón que es Jacinto, zarandeado por sus ambiciones y por la volatilidad de la fama en la era digital (un tema que, de una forma radicalmente diferente, trataba también Léa Murawiec en El gran vacío). El cómic que nos ocupa refleja la incertidumbre del autor en estos tiempos que corren en los que todos queremos ser autores (o, como se dice ahora, creadores de contenido) y cosechar la parte de la fama que nos corresponde en esta hoguera de las vanidades 2.0 que es la mediasfera. Jacinto lucha por dar visibilidad a su bodrio en un mundo de editoriales saturadas, de autoediciones a cascoporro, de redes sociales marcando tendencias bajo el signo de la arbitrariedad, de influencers gobernando la tiranía de los likes... Y, sobre todo, Una obra maestra refleja esta época nuestra en la que la creación misma se está viendo revolucionada y cuestionada con la irrupción de la inteligencia artificial. La interacción de Jacinto con el "chat Gepeto" y con su robot corrector de estilo nos ofrecen los mejores y más hilarantes momentos de este cómic.
Otro de los puntos fuertes de Una obra maestra es su desarrollo. Lo que comienza como una serie de gags independientes, aparentemente inconexos entre sí, acaba revelando un plan y una estructura que llevan suavemente al lector a un clímax en el que todos los elementos encajan, todos los personajes se encuentran y la historia cobra sentido unitario.
En consonancia con su temática metaliteraria, Una obra maestra se recrea en continuas referencias culturales high brow (la tradición pictórica occidental desde Mantegna a Friedrich, el cine y la fotografía), así como en numerosos guiños a la historia del cómic. Me encantan las que aluden a Jan, cuya influencia es fácil de reconocer en el estilo caricaturesco de Caudevilla, y son también particularmente afortunadas las páginas al estilo de Charles Schulz, en las que Jacinto se hibrida con aquel Snoopy que mecanografiaba su novela sentado sobre su caseta de perro: "Era una noche oscura y tormentosa..." Sin embargo, tal avalancha de referencias acaba recargando demasiado la lectura. El género humorístico tiene algo de gorrión, de burbuja, de avión de papel: demasiado peso le impide volar, y por eso los grandes maestros de la historieta cómica despojan adrede el dibujo y la historia de todo lo innecesario; pensad en Feiffer, Vázquez, Fujio Akatsuka, Tove Jansson, el propio Schulz. Por el contrario, Una obra maestra es de un maximalismo casi wagneriano. El resultado final queda lastrado por el empeño del autor en deslumbrar al lector con su talento (que, por otra parte, está fuera de toda duda). Valgan como ejemplo los retratos hiperrealistas a página completa que hace el autor de cada uno de los personajes, basándose en fotografías de actores famosos (Léa Seydoux, Jessica Chastain, John Malkovich, Philip Seymour Hoffman...) o las secuencias oníricas en las que el protagonista interactúa con obras de la historia del arte, recurso que me remite inevitablemente a Lo que más me gusta son los monstruos de Emil Ferris. Lo mismo pasa con algunas páginas que, casi con resonancias de sinfonía urbana, muestran la anónima ciudad donde transcurre la historia: Caudevilla la presenta como una grandilocuente Nueva York a lo Will Eisner o a lo Woody Allen, escenario inadecuado para los personajes que la pueblan y las historias que en ella suceden, que son de chiste de Gomaespuma.
Caudevilla muestra una extraordinaria capacidad como ilustrador y diseñador, pero su exceso de celo en demostrar que es capaz de hacer un gran cómic afecta negativamente al resultado, máxime tratándose de una historia humorística. Como álter ego de su personaje, el autor ha caído en la trampa de querer crear "una obra maestra".
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