Artículo publicado en Diario16+ el 28 de febrero de 2025
Según dictan las tradiciones del noble gremio de los pintamonas, un
autor de cómic suele seguir un largo camino hasta ver publicada una obra suya
por una editorial de cierto renombre en el sector. Da sus primeros pasos en el
mundo de los fanzines y la autoedición, se escabulle en la escena profesional
realizando encargos que a menudo no son plato de su gusto, y poco a poco va
ganándose a pulso el renombre suficiente como para camelarse a un editor que prometa
publicarle una obra verdaderamente suya, una obra propia y personal. Sin
embargo, las reglas del sector están cambiando. Muestra de ello es que una
editorial de primera fila como Dolmen haya apostado por un autor novel como L.
Ángel Palomeque Lizano y su Segmento. Y digo novel porque esta es su
primera incursión en el mundo del cómic, pero se trata de un autor ya curtido
en la industria audiovisual como animador y artista de storyboard (y eso
se nota). Pues bien: ni corto ni perezoso, Palomeque se atreve a abordar en su
ópera prima un tema tan espinoso como el suicidio.
El
propio título, Segmento, hace referencia a la vida como parte de una
recta limitada por dos puntos: el nacimiento y la muerte. La historia que
Palomeque nos propone gira en torno al personaje de Firmo, un loser que
con treinta y tres años (la edad del Redentor) decide voluntariamente cerrar el
segmento y poner punto final a su vida. Es entonces cuando se produce la
intervención de una criatura sobrenatural, un lúgubre enmascarado cubierto por
una túnica amarilla, que ofrece a Firmo una última oportunidad para recapacitar
y tratar de resolver los conflictos internos que le han llevado a tomar una
decisión tan radical. ¿Y cómo lo hace? Desdoblándolo en cinco versiones
cronológicas de sí mismo para que hablen sobre su vida, sus expectativas y sus
frustraciones y traten de entenderse: el Firmo de un año, el de siete, el de
trece, el de diecinueve y el de treinta. La supervivencia del Firmo adulto,
resuelto a suicidarse, depende de que sus distintos yoes sean capaces de
escucharse y trabajar en equipo para resolver el enigma que les plantea el
misterioso enmascarado. Aunque, como han hecho notar Noelia Ibarra en sus
comentarios y el psiquiatra Carlos de Gregorio en su prólogo, en esta historia
hay ciertos ecos del Cuento de Navidad de Dickens y de Qué bello es
vivir de Frank Capra, el planteamiento de Segmento es realmente
original, una propuesta inteligente que da mucho juego. En sus ficciones, a
veces los autores recurren a la técnica, un tanto esquizoide, de desdoblar su
voz interior en varios personajes para poner en marcha la acción dramática,
pero que yo sepa a nadie se le había ocurrido este feliz hallazgo de enfrentar
al protagonista con las distintas edades de sí mismo.
El
tema tratado en este monólogo a cinco voces es el del suicidio, y se hace con
respeto, sin rastro de frivolidad o sensacionalismo. Somos capaces de entender
la compleja decisión de Firmo, así como su posible vía de escape, y eso es
posible porque el guion de Segmento está muy bien trabado y se centra
exclusivamente en el conflicto de su protagonista, evitando otras distracciones
al lector. Se minimiza la participación de personajes secundarios, de modo que
el desarrollo de la trama es, prácticamente en su integridad, un diálogo de
Firmos. Esto le confiere un gran sentido de unidad y solidez al guion, que se
nos presenta como una historia perfectamente cerrada y sin flecos sueltos. La
acción avanza hacia su clímax con el pulso de una trama de suspense y se
resuelve de forma impecable.
Contribuye
al sentir unitario de la obra la personalísima simbología del color que utiliza
Palomeque. En su mayor parte el cómic está dominado por una reducida gama de
verdes, un color neutro que a veces se oscurece para representar la
desesperación y a veces se ilumina hasta llegar a un tono fluorescente, que se
identifica con las estridencias de la muerte. Por el contrario, los matices
rojos y rosados representan, para el autor, la vida. La alternancia de los
colores es muy importante para el lector, pues nos da una pista sobre el inestable
estado emocional del protagonista. Obsérvese que se trata de una simbología un
tanto heterodoxa, ya que habitualmente el rojo es el color de la violencia,
mientras que el verde transmite esperanza. Aquí el autor aplica la teoría al
revés y funciona perfectamente, lo que demuestra la subjetividad de estos
convencionalismos.
Sin
embargo, pese a que estamos ante una historia brillantemente resuelta, en tanto
cómic Segmento adolece de ciertos puntos débiles, achacables a su
condición de ópera prima. Lo que le falta a Ángel Palomeque no es talento, sino
oficio: esa experiencia que solo se adquiere dibujando miles de páginas,
contando docenas de historias, haciendo del tebeo una rutina y, en fin, una
profesión. ¡Oficio! El más anónimo de los negros de Bruguera derrochaba oficio
por los cuatro costados, y esto es algo que echo en falta en muchos autores de
las nuevas generaciones, profesionales que se baten el cobre en un mercado
laboral multidisciplinar donde el cómic es solo un medio entre otros muchos. El
lenguaje de los tebeos puede parecer cosa baladí, pero es una artesanía
compleja, llena de trucos y trampas que solo se saben bien los perros viejos. En
este campo, Segmento acusa ciertas carencias, que se manifiestan a dos
niveles: en el gráfico y en el narrativo-secuencial.
El
dibujo en sí es correcto, pero hay algunas soluciones que no me terminan de
funcionar. Por ejemplo, para expresar el movimiento se vale de unas líneas
cinéticas de aspecto sólido, que se pegan como chicle a las extremidades de sus
personajes y acaban por transmitir más estatismo que otra cosa. Asimismo, en
ocasiones la profundidad de campo no está bien resuelta en la viñeta, y los
objetos del fondo se confunden con las figuras en primer plano.
A
nivel narrativo-secuencial, se puede decir que Segmento funciona mejor
como storyboard que como cómic, lo que tiene sentido teniendo en cuenta
la trayectoria profesional de Palomeque. Si bien algo muy de agradecer en Segmento
es que los diálogos son frescos y naturales (nada que ver con el rollo redicho
y artificioso de muchos tebeos actuales de la escena nacional… ¡o, aún peor,
las traducciones de manga!), estos pierden chispa al ponerlos en boca de sus
personajes: el autor tiende a seguir la regla “una viñeta, un bocadillo” y a
dividir el texto de un solo personaje entre varios globos, interconectándolo mediante
puntos suspensivos. Esto le resta agilidad a conversaciones bien escritas que
funcionarían mejor alternando réplicas y contrarréplicas en una misma viñeta.
En una película o una serie, la fórmula secuencial que utiliza Palomeque
funcionaría a las mil maravillas, porque cuenta con el trabajo del montador
para imprimir un ritmo rápido a los cambios de plano; en un cómic, lastra el
desarrollo de la acción a base de acumular viñetas por las que el diálogo
discurre excesivamente espaciado.
En
definitiva, Segmento es una historia bien urdida en la que se pueden
detectar ciertos defectos de ejecución. Puede que no sea una obra maestra, pero
desde luego es una excelente ópera prima, y si el autor tiene la constancia y
la cabezonería de seguir la vía del cómic (lo que me consta), le auguro un
brillante futuro. Porque tiene, ya desde el comienzo, algo que otros autores no
llegan a tener en una vida entera, y que va más allá del mero talento: buenas
ideas y capacidad de desarrollarlas.
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