Artículo publicado en Diario Sabemos el 28 de octubre de 2025
El pasado mes de agosto tuvo lugar
una siniestra efeméride. Se hicieron ochenta años del lanzamiento, por parte de
Estados Unidos, de sendas bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de
Hiroshima y Nagasaki. La destrucción provocada sobrepasó todos los horrores de
la guerra imaginados hasta el momento, saldándose con centenares de miles de
víctimas y lacerando con una cicatriz permanente la memoria del pueblo japonés
y de la humanidad entera. Un trauma de tales dimensiones ha dejado marcada, de
manera más o menos visible, toda la ulterior producción artística y cultural
nipona. La danza butoh surgió inspirándose en los movimientos,
temblorosos y fantasmales, de los supervivientes de la explosión, que pululaban
sin rumbo entre las ruinas con la piel colgando en jirones, los ojos derretidos
y el cuerpo entero erizado de cristales. El cine desarrolló una obsesión por
todo tipo de agentes de destrucción masiva, empezando por Godzilla y demás
monstruos atómicos del género tokusatsu. Y también el manga, en su celebración
de la ciencia ficción y los relatos apocalípticos, se hace eco de aquella
pesadilla vivida por los japoneses en 1945: historias como Akira de
Katsuhiro Otomo o Nausicaä del Valle del Viento de Hayao Miyazaki
resuenan con la amenaza de una hiperbólica destrucción de todo cuanto
conocemos.
Otros autores, en lugar de recurrir
a metáforas fantacientíficas, han tenido el valor de mirar cara a cara a su
pasado compartido y usar el manga como testimonio de la historia. El primer
nombre que viene a la cabeza cuando hablamos de manga sobre Hiroshima es Keiji
Nakazawa, el autor de Pies descalzos (1973): un cómic como una patada en
el estómago que narra de primera mano lo ocurrido en el epicentro del horror. Pies
descalzos, alegato pacifista donde los haya, ha dado la vuelta al mundo
como denuncia de la barbarie y ha merecido los elogios incondicionales de
autores como Art Spiegelman o Robert Crumb, que lo considera uno de los mejores
cómics jamás publicados. Pero Nakazawa no es el único autor que ha tocado este
tema. Cometeríamos un grave error si pasáramos por alto a Fumiyo Kouno, una
mangaka que ha dedicado sus mejores obras a la memoria de Hiroshima valiéndose
de un estilo muy personal.
En 2004 Kouno publicó La ciudad
al atardecer, el país de los cerezos en la Weekly Manga Action de
Futabasha, una de las principales revistas dirigidas a la demografía seinen
en Japón, en cuyas páginas han visto la luz series tan míticas como Lupin
III de Monkey Punch o El lobo solitario y su cachorro, de Kazuo
Koike y Goseki Kojima. La ciudad al atardecer, el país de los cerezos
trata sobre la vida cotidiana de los hibakusha, supervivientes e hijos
de supervivientes de la bomba cuyos cuerpos quedaron afectados por la
radiación: un tema delicado incluso en Japón, donde este colectivo ha sido
marginado e ignorado en su desgracia por el resto de la sociedad. Y, también en
la revista Action, Kouno serializó entre 2007 y 2009 el manga del que
tratamos hoy, En este rincón del mundo. Este se centra en la ciudad de
Kure, en las inmediaciones de Hiroshima: una población que, en los últimos
meses de la guerra, fue muy castigada por los bombardeos estadounidenses, ya
que en ella se hallaba uno de los principales puertos militares de Japón. Se
trata, por tanto, de una aproximación a Hiroshima desde la periferia.
El manga de En este rincón del
mundo tuvo tanto éxito que el estudio MAPPA lo adaptó en 2016 a un
largometraje de anime. En España lo publicó en su momento Ponent Mon, y ahora
se ha hecho con los derechos Planeta, que acaba de lanzar una reedición con la
que este título fundamental vuelve a estar en catálogo en el mercado español.
Las obras sobre Hiroshima de Keiji
Nakazawa y Fumiyo Kouno presentan enfoques radicalmente distintos pero
complementarios. Pies descalzos es autobiográfico: a sus seis años, el
autor estuvo en el mismo corazón de la explosión y sobrevivió de milagro,
gracias a que un muro le protegió de la onda expansiva. Como testigo directo,
su testimonio es desgarrador y apasionadamente explícito. Si Nakazawa grita,
Kouno susurra: la autora de En este rincón del mundo nació en Hiroshima
en 1968, y su conocimiento de la guerra le viene de segunda mano, a través de
los relatos de sus mayores y de la exhaustiva labor de documentación que ha
realizado para sus cómics, en la que cubre incluso los aspectos más triviales
de la vida cotidiana de aquel entonces. La visión de Kouno es, por tanto, más
tamizada; más femenina, si me permitís caer en ese lugar común. Las delicadas
secuencias de En este rincón del mundo saben dejar espacio para que la
lírica se apodere de la narración; pero no nos equivoquemos: la realidad a la
que se refiere es la misma que la que Pies descalzos refleja sin
filtros.
El trazo de Kouno es sencillo,
tierno, con un toque infantil. Su obra nos acerca a las vidas de personas
humildes, de las clases trabajadoras de Kure e Hiroshima, a las que retrata con
toda la riqueza de la estampa costumbrista: su día a día, sus momentos de
alegría, sus ensoñaciones, sus dramas grandes y pequeños, sus recetas de
cocina, sus cartillas de racionamiento, sus cuentos y leyendas. La guerra y su
séquito de horrores son el telón de fondo de la historia, pero de lo que
realmente va este manga es de una chica sencilla que recoge algas, de su
matrimonio concertado, de la tensa relación con su cuñada, de su vida como ama
de casa. Por eso cuando golpea, golpea tan fuerte: porque está lleno de vida. Kouno
sabe recrear el entorno histórico con frescura y con algunos toques, apenas
perceptibles, de realismo mágico: escenas impregnadas de esa irrealidad que
habita en los recuerdos.
¿Pero son sus recuerdos? No: se
trata de recuerdos ajenos, de los que la autora se apropia en un ejercicio de
salir de sí misma y vivenciar la memoria histórica. En este rincón del mundo
es, en cierto modo, una falsa autobiografía. La protagonista, Suzu, tiene mucho
de las mujeres que narraron a la autora cómo era la vida en los años de la
guerra, pero es también el álter ego de la propia Kouno. Suzu dibuja, tiene el
don de dibujar, y utiliza ese don para comprender y modificar el mundo que la
rodea a través del dibujo. En algunas viñetas y secuencias memorables, los
trazos salidos del corto lápiz de Suzu se apropian de la realidad circundante,
igual que Kouno dibuja el pasado para hacerlo suyo.
Esta reedición de Planeta, que
coincide con el aniversario de la debacle, es una buena ocasión para
(re)visitar esta obra, representativa de otra manera de hacer manga. En estos
tiempos de rearme, en los que la palabra “exterminio” vuelve a estar en boca de
todos, En este rincón del mundo es una lectura urgente y necesaria, que
yuxtapone ante nuestros ojos, en un conmovedor contraste, el espanto del
conflicto bélico con la belleza interior de las personas.

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