Artículo publicado en Travesías de tinta el 13 de enero de 2025
Lo que más me gusta son los monstruos de Emil Ferris es la novela gráfica de la que más se ha hablado en los últimos años. Aclamada por la crítica, por el público y por los autores más respetados del medio (entre ellos Art Spiegelman, Chris Ware o Alison Bechdel), se ha convertido en todo un fenómeno y en una lectura imprescindible para los amantes del noveno arte. ¿Que aún no lo habéis leído? Pues ahí van tres razones, entre otras mil que se podrían citar, por las que merece la pena zambullirse en este cómic tan singular.
1. Por el vívido retrato social que hace del uptown
de Chicago a finales de los años sesenta: una comunidad multicultural en los
días de la revolución hippy, la guerra de Vietnam y el asesinato de
Martin Luther King.
2. Por su lúcida visión de las identidades queer en
el marco de una sociedad represora. Vemos el mundo a través de los ojos de
Karen Reyes, una niña en proceso de descubrir su identidad sexual y que, al
tomar conciencia de su diferencia, se siente monstruo en lo más profundo de su
ser. Pero esto no tiene para ella un sentido negativo; todo lo contrario,
porque a ella "lo que más le gusta son los monstruos", los que
aparecen en los tebeos pulp y en las películas de la Hammer: vampiros,
zombis, hombres (y mujeres) lobo. Así que Karen, ante la incomprensión de la
gente "normal", va buscando por la ciudad colegas monstruos con
quienes establecer una conexión: Franklin, un chaval de origen jamaicano al que
le encanta la ropa de mujer, o Shelly, una niña algo mayor que ella que se
dedica a robar monedas de los aseos de pago y no tiene reparos en reconocer que
es lesbiana.
3. Por su apasionada reivindicación de la historia del arte.
Muchos de los pasajes más memorables de este novelón gráfico transcurren en el
Art Institute of Chicago, donde el hermano mayor de Karen, Deeze, transmite a
la protagonista su amor por la pintura a través del comentario in situ de
distintas obras maestras: Caravaggio, Picasso, Seurat, Hopper, Goya, Renoir,
Rembrandt, Toulouse-Lautrec... A través de las explicaciones de su hermano,
heterodoxas pero esclarecedoras, Karen se introduce, a veces literalmente, en
los cuadros; y más allá del museo, aprende a ver su barrio y sus vecinos con
los ojos de aquellos artistas que admira. Karen no solo se apropia de la
esencia del arte occidental, sino que, sin saberlo, es toda una ilustrada de la
posmodernidad: en su imaginario dialogan sin fricción alguna los grandes
nombres de la tradición pictórica con los iconos del cine y los tebeos, el high
brow con el low brow. Por su análisis lúcido y desacomplejado de
cuadros, técnicas y artistas, Lo que más me gusta son los monstruos
debería ser lectura obligatoria para estudiantes de Historia del Arte.
Y estas son tan solo algunas pinceladas del contenido de
esta obra, fascinante y caleidoscópica donde las haya, que su autora, Emil
Ferris, pasó años dibujando con bolis BIC de colores en hojas de cuaderno
escolar (con sus rayitas, sus márgenes y sus perforaciones). Toda una
declaración de intenciones que rompe una lanza a favor de la artesanía en estos
días en que los dibujantes se sienten perdidos sin su tableta gráfica y sus
pinceles virtuales.
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