Artículo publicado en Diario16+ el 22 de marzo de 2025
Uno de los temas más fértiles de la
ciencia ficción es la relación entre hombres y robots. Más allá de su elemento
especulativo, este subgénero de historias reflexiona sobre el papel que
representa la tecnología en nuestras vidas y en nuestra sociedad. La genealogía
de las ficciones sobre máquinas pensantes arranca con la obra de teatro R.U.R.
del checo Karel Čapek (1920); en ella aparece por primera vez el vocablo
“robot”, procedente del término usado en las lenguas eslavas para “trabajo
forzado”. El género alcanza su madurez con Yo, robot de Isaac Asimov
(1950), la visionaria obra de ficción en la que se establecen las tres leyes
fundamentales de la robótica. La primera de ellas empieza diciendo que “un
robot no debe dañar a un ser humano”, y las transgresiones a esta norma serán
el punto de partida de una miríada de conflictos en ulteriores narrativas
fantacientíficas, que se recrean en la posibilidad de una rebelión de las
máquinas: desde el Hal 9000 de Kubrick en 2001: Una odisea en el espacio a
Yul Brynner autoparodiándose como robot cowboy descontrolado en Almas
de metal. Paralelamente, se humaniza al robot convirtiéndolo en objeto de
deseo, como con las pin-ups de Hajime Sorayama o los androides
erotizados del manga: Alita en GUNNM de Yukito Kishiro, Chii en Chobits
de CLAMP o Motoko Kusanagi en Ghost in the Shell de Masamune Shirow.
El tema del robot y sus variaciones no ha perdido actualidad dada nuestra
progresiva dependencia de la tecnología y el inquietante desarrollo de las inteligencias
artificiales, pero se le ha exprimido tanto que hoy día es difícil proponer un
planteamiento original para una historia de robots. Sin embargo, eso es lo que
se proponen el dibujante lorquí José Luis Munuera y la pareja de guionistas
BeKa (Bertrand Escaich y Caroline Roque) con su serie de bande dessinée El
corazón de hojalata, publicada en Bélgica por Dupuis y en España por Nuevo
Nueve.
El corazón de
hojalata (en francés Coeurs de ferraille,
“corazones de hojalata”) cuenta ya con tres títulos publicados: Ruyna,
Cyrano y yo, La inspiración y Sin pensar en el mañana. Los
tres desarrollan historias independientes entre sí, cuyo vínculo de unión es
que están ambientadas en un mismo escenario, una sociedad retrofuturista
libremente inspirada en el Sur estadounidense previo a la Guerra de Secesión:
el Mississippi de Huckleberry Finn, Escarlata O’Hara y el Tío Tom. La
diferencia con la realidad histórica es que, en esta sociedad alternativa
imaginada por BeKa y Munuera, quienes trabajan en las plantaciones de algodón y
realizan todas las labores domésticas propias de esclavos no son los negros,
sino los robots. Quienes sufren la marginación, la discriminación y todo tipo
de abusos son los robots, que poco a poco tratan de conquistar sus derechos en
la sociedad y prefieren ser llamados “personas mecánicas”. De este modo, El
corazón de hojalata juega con el paralelismo entre la situación (histórica)
de los esclavos afroamericanos en una sociedad que predica la superioridad de
los blancos sobre los negros y la situación (ficticia) del colectivo de los
robots en una sociedad que postula la superioridad del humano sobre la máquina.
Se trata de una comparación ingeniosa pero arriesgada, que corre el riesgo de
interpretarse como un planteamiento de sesgo racista: desde un punto de vista
ético, cuestionar los derechos de las máquinas es más que legítimo, y no se
puede comparar con cuestionar los derechos de los negros. Recordemos que aún
está fresca la polémica suscitada por el manga Ataque a los titanes de
Hajime Isayama y su controvertida reelaboración de la cuestión judía.
En el mundo de El
corazón de hojalata hay dos tipos de robots. Los robots trabajadores son
bonachones, dóciles y sentimentales: se identifican con el estereotipo racial
del Tío Tom. El lector se conmueve al ver el maltrato que sufren estas buenas
máquinas a manos de sus despiadados amos humanos, que los venden, masacran y
desguazan de acuerdo con sus propios intereses o caprichos. El otro tipo de
robots son los alguaciles, que cumplen la función policial en la sociedad con
una frialdad y precisión que no son capaces de alcanzar los humanos, aunque los
argumentos de BeKa y Munuera acabarán demostrándonos que también estas máquinas
de matar tienen su corazoncito. Tanto alguaciles como trabajadores responden a
una interpretación un tanto sensiblera del topos literario del robot, en
la línea de los robots jardineros de Miyazaki en Castillo en el cielo, del
amable protagonista de El gigante de hierro de Brad Bird, o de aquel
tierno Robbie imaginado por Isaac Asimov en Yo, robot, que claramente
inspira el personaje y la historia de Ruyna, la niñera robótica, en el primer libro
de El corazón de hojalata. Y por encima de ellos, el hombre de lata de El
Mago de Oz, precursor de todo lo que se ha escrito sobre robots; de la obra
de L. Frank Baum proviene la cita que abre cada uno de los tres álbumes: “I
shall take the heart, for brains do not make one happy, and happiness is the
best thing in the world”.
Sin
embargo, el punto fuerte de la serie no es el fondo sino la forma. Desbordante
de vigor, dinamismo y expresividad, el dibujo de José Luis Munuera roza la
perfección. A golpe de trazo, este veterano de la bande dessinée
francobelga es capaz de hacer creíbles y entrañables tanto los personajes
humanos como los robóticos, pese a que estos carecen de facciones. Munuera
muestra predilección por los personajes infantiles y adolescentes, al igual que
en su reciente Peter Pan de Kensington (publicada en 2024 por Astiberri).
Los encuadres, los rostros, las manos: el apartado gráfico de El corazón de
hojalata es una auténtica obra de arte, y no se queda atrás el fluir
narrativo y la maestría en la articulación de páginas y secuencias. Aunque la
historia no sea nada del otro jueves, todo connoisseur de los artificios
del cómic leerá cada álbum con la fruición y deleite de un hedonista de la
imagen. El cuidado trabajo del colorista Sedyas contribuye no poco al
deslumbrante resultado final, y la cuidada edición de Nuevo Nueve hace honor a
la extraordinaria belleza formal de esta (de momento) trilogía.
Los
comicófilos curtidos agradecemos encontrar en la trama algunos guiños a la
tradición del noveno arte. Por ejemplo, en Ruyna, Cyrano y yo aparece el
personaje de Doura Dabocca, homenaje a la inolvidable Boca Dourada de los
tebeos de Corto Maltés: la “peripatética de los trópicos”, como la llamaba
Rasputín, aparece aquí convertida en una robot que hace de alcaldesa en una
ciudad perdida en el bayou.
Como
ya he señalado, el tratamiento del conflicto entre hombre y máquina por parte
de BeKa y Munuera es siempre muy favorable hacia los robots, a quienes El
corazón de hojalata dota de mayor humanidad que a los humanos. Esta
parcialidad me ha sorprendido especialmente en el segundo volumen de la serie, La
inspiración, que trata sobre un robot escritor dotado de un talento
extraordinario. Los malos de turno, unos caciques bigotudos de lo más ruin, lo
persiguen para acabar con él y destruir su obra. Me alucina que los autores
hayan tenido los cojones de escribir esta historia precisamente en este
momento, cuando la irrupción de la IA generativa está provocando que todo el
sector del cómic se vuelque en manifiestos y declaraciones para intentar
impedir lo inevitable, esto es, que las máquinas se conviertan en poetas,
músicos y dibujantes de cómic, y que lo hagan mejor que nosotros. A lo mejor tenía
razón aquel Ned Ludd, quizá imaginario, que arengaba a los obreros de la
Revolución Industrial para que destruyeran los telares mecánicos en las
factorías, máquinas que amenazaban con hacerlos (y hacernos) prescindibles.
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